lunes, 22 de abril de 2013

Cuando te hartas de los vinos de siempre

Es natural que para acertar y quedar bien con tus comensales muchos se han acostumbrado a los Riojas fáciles y los Ribera del Duero golosos. Cualquier otro nombre y DO son dejadas al experimento si alguna vez apetece o simplemente se pasa de probar cosas nuevas. Esto es un error, porque cada paladar es un mundo y cada ser humano debe experimentar en primera persona los aromas y sabores de un vino.

Hay quienes tienen a los supermercados estigmatizados y si compran allí vino lo hacen de las casas más conocidas que quedan bien con "todos" y garantiza que muy poco, verdaderos desgraciados, utilicen gaseosa para apaciguar a la bestia que están tratando de beber. Sin embargo, cada vez más las pequeñas y medianas bodegas se van poniendo las pilas y como su calidad es muchas veces incuestionable, las grandes casas también han buscado soluciones accesibles a los bolsillos de los mortales. Un ejemplo de esto es el Yllera, un crianza construído sólo con tempranillo que cuenta con la solera de 12 meses en barricas de roble americano y roble francés.

El Yllera por internet no cuesta más de 7 euros y 25 céntimos, en los supermercados no pasa de los 5 o 6. Lo cual es un excelente precio para un vino de Castilla y León que tiene un toque noble y que su dignidad permite maridajes variados que van desde las carnes a la brasa hasta los guisos, embutidos y quesos. Lo he visto en los comedores de algunos hoteles y en muy pocos restaurantes. Pero es sin duda una buena elección cuando no se tiene muy claro que pedir y con qué maridarlo. Incluso, para los que les gusta mucho el vino se puede beber solo siempre y cuando se deje respirar un poco.

Aunque la variedad de uva tempranillo es autóctona de La Rioja, se cultiva en muchos lugares, incluida Castilla y León, el calor aporta altos niveles de azúcar y la piel gruesa el intenso color. Es una uva delicada ya que es muy susceptible a las inclemencias del tiempo. Es de destacar su color rojo guinda, es muy limpio y brillante, bastante afrutado sin llegar a saturar, se pueden encontrar toques mentolados y torrefactos, es bastante largo en boca y muy persistente en el paladar. Estoy seguro de que en la medida de que se conozca el Yllera entre los buenos amantes del vino y los restaurantes comiencen a interesarse por él, el precio se va a disparar. pero por lo pronto es una buena oportunidad de que sorprenderá a los paladares más exigentes.

domingo, 21 de abril de 2013

Un domingo crítico

Salvo aquellos que se pueden permitir una "bodega" privada o suelen almacenar botellas de vino para evitar quedarse secos los fines de semana, la mayoría no suelen tener un domingo una botella de vino a mano. Lamentablemente encontrar un establecimiento abierto un domingo es casi una pesadilla, incluso para comprar cosas básicas como agua, pan y aceite. Pero entre chinos y pakistaníes este mal queda resuelto casi siempre para lo básico, pero no para el tema vino.

Para ser honestos, en estos establecimientos nos encontramos vinos bastante malos, pero nunca hay que ser tan pesimista porque a veces, si se sabe mirar podemos encontrar la oportunidad que salve nuestra cena de domingo. Para esto lo más importante es saber un poco sobre la uva, la DO y si se puede de la casa, ahora no es difícil con tantos dispositivos móviles, pero si no tienes uno, antes de mirar el precio, es preferible evaluar lo antes dicho.

Hoy domingo, he puesto a prueba mi audacia y puse bajo análisis mi teoría de que los vinos no tienen precio si se entienden con tu paladar. Las premisas eran, encontrar un tinto para la cena, no gastar más de 5 euros y probar algo que no hubiera probado antes para hacer más emocionante el proceso. Y después de caminar media Calella, la ciudad donde vivo, y, casi terminar en la frontera francesa, encontré en un establecimiento pakistaní una botella de Palacio de Sada, un tinto joven, de la cosecha de 2008 por el que pagué 4 euros y 5 céntimos.

Para ser honestos, ni idea de la bodega, pero antes de elegir un tetra brik preferí esa botella. Me llamaron poderosamente a atención dos cosas: primero, era un monovarietal de garnacha y segundo, su graduación era de 13,5 %. No tenía aspecto de joya, pero hay que añadir que aunque era un joven, a alturas de abril de 2013, era de la cosecha de 2008 y de unas tierras de Navarra bastante altas y minerales, así que no me lo pensé más y elegí esta botella.

Los entendidos podrán decir cualquier cosa, sobre todo porque los monovarietales "baratos" suelen ser peleones y poco estructurados, y la mayoría para evitar sorpresas irían a por algo mezclado con otras variedades de uva. Pero es preferible creer en buenas señales y un paladar "hambriento" que en recomendaciones ciegas y a veces demasiado elitistas. Lo más gracioso de todo es que este vino, de dudosa etiqueta, hecho con garnacha y de baja graduación me sorprendió realmente y lo disfruté con arroz con setas, pollo a la canela y ensalada de la estación. ¿Por qué acerté? ¿Lo hice a ciegas y todo salió bien? No, no creo, soy de los que no creen en la suerte y si de química y clima se trata entonces mayor rigor y menos especulación, si de vinos se trata.

Muy simple. Habían otras opciones de Rioja, Penedés y Priorat, pero nada de lo que veía me convencía de que fuera a salvar mi cena. Para colmo las etiquetas o aportaban demasiada información o no decían nada, y aunque había algunas marcas conocidas no me atrevía a elegir nada, no por el precio, sino por la composición del caldo. La garnacha es una variedad española que se adapta casi a cualquier suelo, la variedad de uva negra es increíble por lo productiva que es, resistente a plagas y pataletas del tiempo, y suele producir vinos de poco color y muy elevada graduación alcohólica. Muchos enólogos la suelen combinar con tempranillo y se logran vinos estupendos. En Navarra son expertos en hacer unos rosados de matices muy especiales, pero cómo un vino hecho con garnacha tenía esa graduación, ya me empezó a parecer sospechoso. Lo más interesante era que desde el 2008 había estado quieto en la botella y a saber qué batuqueos y luces había recibido, aún así la compré. Y no me defraudó, la botella, al estar casi privado de oxígeno, transformó su color y sabor, y dejó de ser un vino posiblemente de mesa para convertirse en algo bueno.

El Palacio de Sada (cosecha de 2008) tiene un color rojo picota intenso, con una aureola semidorada que te hace creer que es un crianza. En nariz es muy goloso, creo que está más cerca de los frutos negros y que hay toques lácticos que se perciben cuando lo dejas reposar un poco. Pero lo más sorprendente es ese primer momento corto en boca de poca acidez donde puedes percibir algo de ciruela confitada y toques muy sutiles de tamarindo. En la medida que respira comienza ser un poco más largo y se vuelve menos seco, pero siempre tienes la impresión de que es un vino más caro. Así que mi cena quedó salvada con este vino que encontré en la calle, en un lugar donde les preocupa más el precio que la calidad y dónde casi nadie se atrevería a buscar un vino para una buena cena.